primera casilla

En la calle hay gente mirando. Un tablón se extiende de ventana a ventana, dos edificios enfrentados, contrapuestos a uno y otro lado de la calle. En las ventanas, desde las que se tiende el tablón de una a otra,  dos figuras parecidas, casi iguales, que son espejo uno del otro, maldición borgeana.  Imágenes que se explican o se oponen, una única metáfora: un tablón que ejerce de puente o pasaje, tablón que es una figura. Más, ¿Qué une? A un lado Oliveria, al otro Traveler y en medio, o de ambos lados, Talita.
     Un tablón que une a dos personajes que no son dos, sino uno, duplicación perspectiva de la realidad. Efecto doppelgänger. Un tablón que es, o sólo puede ser, la literatura: mero juego que se sacraliza, deviene lucha existencial. La más preciosa expresión de lo que es o debería ser ese arte, el de escribir. Tan sólo eso, una suerte de ritual epifánico que hace del tablón y de su paso en él una situación límite, tablón que deviene espacio teatral, lugar donde representar esa tragedia clásica: a un lado Eteocles, al otro Polinices. Visibilidad de dos personas que representan segregaciones metamórficas, la coincidencia entre el rimbotiano yo soy otro y el existencialismo de el infierno son los demás – dice Lezama Lima, con su habitual, que no por eso menos genial, manierismo. 
     Juego de juegos, de la tierra al cielo, de una ventana a otra: la necesidad de hacer del absurdo égida con que atenerse a categorías kantianas y cartesianas mentes, para enfrentarse a ese cogito banal. Juego para acabar con ello, para terminar con esa jaula para tristes tigres. Escalera por la que subir y luego darle una patada. O esa ventana que hay que abrir de par en par para tirar todo a la calle, pero sobretodo hay que tirar también la ventana, y nosotros con ella. El lenguaje, al fin. Ese mismo que habla en nosotros -Heidegger dixit- y que ha de ser abolido con el cortazariano arte de lo indecible, evocación de ese estado atávico, prelógico, ese paradíso onírico que es recreación de la infancia con resortes de voluntad nietzscheana. Pero para ello se necesitan tablones, se necesitan palabras, perras palabras, para excentrarse persiguiendo el centro, inalcanzable salida del laberino: sueño icárico o hilo de Ariadna.